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Para hacer política justa y sana no basta conocer los hombres; es necesario también amarlos.
La historia no se repite si no es en la mente de quien no la conoce.
Cuando un pueblo se ha vuelto incapaz de gobernarse a sí mismo y está en condiciones para someterse a un amo, poco importa de dónde procede éste.
El poder desgasta solo a aquel que no lo tiene.
Los derechos individuales no están sujetos al voto público; una mayoría no tiene derecho a votar la derogación de los derechos de una minoría.
Una Constitución no puede por sí misma hacer feliz a un pueblo. Una mala sí puede hacerlo infeliz.
Para los historiadores, los príncipes y los generales son genios; para los soldados siempre son unos cobardes.
El único que saca partido del capitalismo es el estafador, y se hace millonario en seguida.
El que impone un castigo desproporcionado no corrige, solo se venga.
El pueblo me silba, pero yo me aplaudo.
Cualquier gobernante puede hacer tonterías; lo que no se le permite es decirlas.
No todo lo que es permitido por la ley es siempre honesto en moral.
Cuanto se hace con prisa queda enseguida pasado de moda; por eso nuestra civilización industrial moderna ofrece tan curiosas analogías con la barbarie.
Es un gran error suponer, que el imperio que se establece sobre los hombres por la fuerza, sea más agradable y permanente, que el que se funda sobre el amor.
El fin del terrorismo no es solamente matar ciegamente, sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo.
Las naturalezas inferiores repugnan el merecido castigo; las medianas se resignan a él; las superiores lo invocan.
Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan, y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar en el primer grupo: hay menos competencia ahí.
Los pueblos son una cera blanda; todo depende de la mano que les imprime el sello.
La vida podría ser bastante agradable si no llamasen a la puerta esos acreedores reclamando el cumplimiento de los ideales a pobres hombres como nosotros.
El patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras.
La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón.
Con tanto ardor deben los ciudadanos pelear por la defensa de las leyes, como por la de sus murallas, no siendo menos necesarias aquéllas que éstas para la conservación de una ciudad.
Un hombre puede combatir una afirmación con un razonamiento; pero una sana intolerancia es el único modo con que un hombre puede combatir una tendencia.
La moral es la regla de las costumbres. Y las costumbres son los hábitos. La moral es, pues, la regla de los hábitos.
Cuando un gobierno dura mucho tiempo se descompone poco a poco y sin notarlo.
Difícil es templar en el poder a los que por ambición simularon ser honrados.
El más importante y principal negocio público es la buena educación de la juventud.
Los hombres capaces de alzar y llevar adelante una bandera son muy pocos.
No hay más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia; no hay más que una gloria: el genio, el servicio de la verdad.
La instrucción primaria obligatoria es el derecho del niño.
Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero guerrillero está guiado por profundos sentimientos de amor.
Al entrar en sociedad deben cogerse las llaves del corazón y meterlas en el bolsillo; los que las dejan en su sitio son estúpidos.
La Historia no es la maestra de la vida: nadie escarmienta.
Cuando los hombres son puros, las leyes son inútiles; cuando son corruptos, las leyes se rompen.
Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada família infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
Quizá me estaba dando cuenta de lo que significaba el mundo laboral: hacer cosas sin tener el deseo de hacerlas.
Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen, nada que decir, pero lo dicen deliciosamente.
El que, estando enfadado, impone un castigo, no corrige, sino que se venga.
Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres.
La diplomacia es la política en traje de etiqueta.