Colección de paco
Primavera de Sufies
El océano hablando,
en espumas, gotas,
disÃmiles instante a instante,
pero una sola agua,
y las lenguas
de pájaros, flores,
el halcón
al relatar sus paseos acompañado
de los cuervos,
el ruiseñor, alabanza
infinita de la rosa,
la paloma que pregunta
por el camino hacia el amado,
y la cigüeña, su piadosa
disposición: "Tuyo es el reino,
tuyas las loas a Dios",
y el vocear
de hojas, pétalos,
la violeta
en hondos azules, el narciso
de ojos lánguidos, tulipanes,
el enrulado jacinto.
SÃ, lo múltiple,
en nombre
del que no tiene nombre,
múltiple y uno,
el que en eterna
soledad era oculto tesoro,
y procuró que lo conocieran
y creó el mundo.
SÃ, nacidos de él
océanos, pájaros, flores,
y para que con lo que dicen
tejamos la tela que nos viste,
bebamos el producto
que destila lo que dicen.
Canción de Dinarzada
Tú fuiste mÃa, ardiente Dinarzada:
todo tu ser se le entregó a mi ruego!
todo tu ser se le rindió a mi Nada!
todo tu fuego se fundió en mi fuego!
Tú fuiste mÃa, ardiente Dinarzada!
Ya qué me importa el torvo rumbo ciego!
Es lumbre para mà la desolada
llanura yerma! AlÃgero navego
bajo la tempestad desmelenada!
Todo tu fuego se fundió en mi fuego!
Tu grande corazón, tu alma extasiada,
tu espÃritu finÃsimo, a mi ruego
se rindieron: donáronse a mi Nada!
Noche: en tus brazos únicos me entrego,
Dinarzada sutil, noche soñada...
Tú fuiste mÃa, ardiente Dinarzada!
Todo tu fuego se fundió en mi fuego!
de Noche
Y la noche se eleva como música en ciernes,
y las estrellas brillan temblando de extinguirse,
y el frÃo, el claro frÃo,
el gran frÃo del mundo,
la poca realidad de cuanto veo y toco,
el poco amor que encuentro,
me mueven a buscarte,
mujer, en cierto bosque de latidos calientes.
Solo tú, dulce mÃa,
dulce en los olores de savia espesa y fuerte,
sin palabras, muy cerca, palpitando conmigo,
sólo tú eres real en un mundo fingido;
y te toco, y te creo,
y eres cálida y suave matriz de realidades,
amante, amparo, madre,
o peso de la tierra que solo en ti acaricio,
o presencia que aún dura cuando cierro los ojos,
fuera de mÃ, tan bella.
Como Un Deslumbramiento
Como un deslumbramiento de rubias primaveras
irradian y perfuman las dichas prisioneras
de todos tus encantos ¡Oh, poemas paganos!
HeroÃna y señora de rondeles galanos:
Para que siempre puedas orquestar tus mañanas
calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas
te ofrecen en mis trovas. Que en todos los momentos
te den las grandes liras sus más nobles acentos,
y revienten las yemas donde el placer anida,
en las exaltaciones gloriosas de la vida
que surgen en el cálido floreal de tus horas,
como un carmen de auroras, ¡eternamente auroras!
No Pienses En Mañana
No pienses en mañana
ni me hagas promesas
ni tú serás el mismo
ni yo estaré presente.
Vivamos juntos la cima de este amor
sin engaños
sin miedo
transparentes.
Waverly Place 2
Hacemos el amor de una manera
imperfecta, mezquina y temerosa.
Nunca profundizamos. Nos quedamos
en la simple epidermis del instinto.
Y el placer obtenido se nos mezcla
con una sensación de desagrado.
Porque ponemos bridas al amor.
Levantamos barreras y frenamos
al llegar al umbral del punto lÃmite.
Nunca lo trasponemos por cobardes.
Nos asusta ese paso hacia adelante.
Y miramos, cansados, al amor
entero, irrealizado, sobre el lecho.
Descontentos por no alcanzar la meta.
Como incendiar un bosque y que una lluvia
imprevista lo apague al poco rato.
Hacemos el amor como si fuera
un rito y por lo tanto usamos sÃmbolos.
Sabemos el sentido de los gestos
y acciones que efectuamos al amarnos.
Morder y devorar, hender, herir...
Y gritos o gemidos alumbrándose.
Su significación es evidente.
Pero nos causa miedo. Y nos frustramos.
HabrÃa que pasar de la parodia
al hecho y realizarnos plenamente.
Óleo
La muchacha del óleo me ha mirado
de su pincel renazco sin saberlo
dos manchas sobre el lienzo
tinta negra.
El pincel es mi dedo dibujado en su espalda
su dedo en mi nariz
la caricia en la nuca.
El lienzo es esta cama
y la ciudad entera
corazón que se abre sin confianza
blanco y negro en el lienzo
esa muchacha y yo.
Paseata Del Destronado
¿En qué jardÃn sembrar una rosa
de Francia? ¿A que follajes
confiar una estatua de Ceres la rubia,
un bronce del Verrocchio, una matita de verbena?
¿Puede ascender sobre estos pastos
un quinteto de oboes,
o bien una gentil perdiz
que podrÃamos llevar al lienzo?
¡Ah! ¿Dónde crece el laurel oloroso,
dónde canta al oÃdo el agua,
dónde unas columnas caÃdas
que sonrÃan sin una mueca?
La distancia se me convierte
en un reino redondo y cristalino,
a través del cual una mano
ofrece a mi cansancio sus sortijas.
Alimenta La Sed, Dale A Mi Trigo...
Alimenta la sed, dale a mi trigo
Más hambre para asà seguir viviendo.
Echa más fuego al sol, que siga ardiendo,
Y más dolor a este fatal castigo.
Da tu aliento vital a lo que digo,
Pon sangre y alma a lo que voy haciendo,
Entrega esta verdad que nace hiriendo
Y acompaña su luz a herir contigo.
No te dejes vencer, no te acobardes,
apuesta sin cesar a lo imposible,
y construye primero lo que aguardes.
Pero emprende la ruta ineludible
En este mismo instante. No te tardes,
Porque empiezan la sombra y lo invisible.
Cautiva
Cautiva que entre cerrojos,
frente a la angosta ventana
dejas espaciar los ojos
por la campiña lejana,
¿de qué te sirve tener
en el pecho un ansia viva,
si eres libre para ver,
y para volar cautiva?
Siento mayor la amargura
de tu mal cuando te veo
con las alas en tortura
y en libertad el deseo.
Preso el pie y el alma alerta...
¡Qué morir frente a la vida!
¿Para qué ventana abierta
si no hay puerta de salida?
Alma cautiva y hermana
que en la campiña lejana
dejas espaciar los ojos,
¡que te quiten los cerrojos
o te cierren la ventana!
El Viaje Infinito
Todos los seres viajan
de distinta manera hacia Su Dios:
La raÃz baja a pie por peldaños de agua.
Las hojas con suspiros aparejan la nube.
Los pájaros se sirven de sus alas
para alcanzar la zona de las eternas luces.
El lento mineral con invisibles pasos
recorre las etapas de un cÃrculo infinito
que en el polvo comienza y termina en el astro
y al polvo otra vez vuelve
recordando al pasar, más bien soñando
sus vidas sucesivas y sus muertes.
El pez habla a su Dios en la burbuja
que es un trino en el agua,
grito de ángel caÃdo, privado de sus plumas.
El hombre solo tiene la palabra
para buscar la luz
o viajar al paÃs sin ecos de la nada.
Poema Del Desencanto
Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
No valÃas la pena.
Ya llegaba el otoño, y ardÃa el mediodÃa.
Sentà sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacÃa.
No valÃas la pena.
Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrà mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
No valÃas la pena.
Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una cadena.
Pero hoy puedo decirte, sin rencor ni despecho:
No valÃas la pena.
Me alegré con tu risa; me apené con tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valÃas la pena.
Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
No valÃas la pena.
Vuelo Del Corazón...
Vuelo del corazón que se ha abatido
de tan alto volar sobre tu seno.
Vuelo del corazón que en campo ajeno
cayó ayer al azar de lo perdido.
Unos ojos de cielo descendido,
y un seno en nube hacia ese azul, y lleno
de aquel mirar el seno, y sobre el seno
el amor en dos nubes repartido.
Nada más fue este amor. Mi campo cierra
hoy un lÃmite exacto, y el desvelo
de un otro amor por mis dominios yerra.
Nada más fue este amor que el solo vuelo
de haber soñado que la oscura tierra
pudiera ser la nube y ser el cielo.
Esa Mujer
La noche junto a mÃ. La compañera
del alcohol, los besos y el desvÃo.
La noche en el espacio y en el frÃo.
La noche en fin. Y una mujer cualquiera.
Una mujer cualquiera en el desvÃo
de la hora que rÃe placentera.
Una cualquier mujer que no supiera
más que pasar la noche bajo el frÃo.
Pasar la noche y esperar la aurora.
Y al vino devolver su primitiva
forma de uva, la boca tentadora.
Esa mujer eterna y fugitiva.
Esa mujer de siempre y de una hora:
Mariela, Esther, Emperatriz, Oliva.
Voy Ausentándome de MÃ
Voy ausentándome de mÃ.
Poco a poco, el lastre de ensueño cede
su sitio a la realidad doble
que es mi vida en transcurso.
¡otro ser dentro de mi carne
fragua su carne, su piel,
su corazón diminuto, mi estrella!
Asisto a la escisión silenciosa
con pasmo anhelante, con gozo
nuevo de verme en otros ojos mÃos,
de mis ojos hechos,
de mi sangre coloreados,
¡ay!, de toda cuanta soy.
DÃa por dÃa el latido
es golpe que me recuerda, urgente,
valor que no tengo,
heroÃsmo que nunca soñé.
Y temo por el que estoy creando
en convenido misterio
dentro de mi soledad sin orillas
cerca de mi corazón, su estrella.
Hora Ciega
Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,
en aquel distraÃdo verano de mi boca.
Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,
lenta rueda comida por agrias amapolas.
Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
RÃo de mariposas naciendo en mi cintura.
Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,
y el viento que venÃa con máscara de uvas.
Yo no quise borrarme cuando no te miraba
pero me sostenÃas, fresca mano de olivo.
Estrella navegante no pude ver tu borda
pero me atravesaste como a un mar distraÃdo.
Ahora te descubro, tan herido extranjero,
paraÃso cortado, esfera de mi sangre.
Una hierba de hierro me atraviesa la cara...
sólo ahora mis ojos desheredados se abren.
Ahora que no puedo derruir tu frontera
debajo de mi frente, detrás de mis palabras.
Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,
mi ciego corazón perdido en la manzana.
Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos
pisados por el humo, agujereando arañas,
duros estratos de algas con muertos veladores
que sin cesar devoran sus raicillas heladas.
Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,
remolino de espadas, vómito de la muerte.
Voy asido a las crines de un caballo espinoso
que vuela con ciudades quemadas en el vientre.
Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,
con un rÃo de pólvora cuajado en el aliento,
ahora que estoy solo y enemigo del aire,
seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.
Canción
¡De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera !
(Yo, muriendo.)
Y de que modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril
¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)
En cambio, ¡Qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!
De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera
(Yo, muriendo.)
Où Picoraient Des Chouettes
Cuando desapareces con el dÃa
quisiera visitar la luna negra.
Dicen que allà no hay fábricas de faros,
que no se posa nunca la lechuza
donde nadie plantó un árbol escrito;
que allà nada se arraiga a tu recuerdo.
La noche es el tendero del recuerdo
y vende los cadáveres del dÃa.
Sé que los astros son el resto escrito,
lenguaje morse en una mancha negra,
que ya solo responde la lechuza
o el eco voluntario de los faros.
Y a veces te pareces a los faros
cuando le compro al velo tu recuerdo;
y a veces eres pluma de lechuza
que trae seca la luz de último dÃa.
Pero cierro los ojos y eres negra:
eres la tinta endeble de un escrito.
Yo te conozco bien porque te he escrito
incluso donde no llegan los faros.
Me supe camuflar, marea negra,
a la velocidad de algún recuerdo
o travestirme luego de ancho dÃa
con la ágil crueldad de la lechuza.
Aunque tú eres la auténtica lechuza
y el eterno reencuentro estaba escrito
desde el primer crepúsculo del dÃa,
desde el primer engaño de los faros:
que en mi ventana dejes en recuerdo
tu sola discordante pluma negra.
También tu inverosÃmil sombra es negra
y me la das, incólume lechuza,
ciñéndola a esta noche de recuerdo
tan blanco como nunca se hubo escrito.
Y luces para mà tu nuevo dÃa.
Deja que cribe el dÃa en mi alma negra
-de faros picoteos, de lechuza-,
deja que viva escrito en tu recuerdo.
Palmera Brasileña
Palmera brasileña, que al caminante herido
ofrendaras tus dátiles de pasión y de olvido,
en el desierto único: tu eres la apoteosis
que, nimbando de incendios sus fecundas neurosis,
cruzas por los vaivenes de su hondos desvelos
como si fueras luna de sus noches de duelos.
Yo traigo a tu floresta la alondra moribunda
que, en el violÃn del bosque, preludió la errabunda
sinfonÃa terrena de aquel ardor eterno,
que ahuyenta suavemente las aves del invierno,
y en las horas tranquilas descubre su cabeza
como un sÃmbolo vago de amor y de belleza.
Más Breve
No te me vas que apenas te me llegas,
leve ilusión de ensueño, densa, intensa flor viva.
Mi ardido corazón, para las siegas
duro es y audaz...; para el dominio, blando...
Mi ardido corazón a la deriva...
No te me vas, apenas en llegando.
Si te me vas, si te me fuiste...: cuando
regreses, volverás aún más lasciva
y me hallarás, lascivo, te esperando...